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La rana que quería ser una rana autentica

  • Augusto Monterroso
  • 30 jun 2016
  • 1 Min. de lectura

Había una vez una rana que quería ser una rana autentica, y todos los días se esforzaba en ello.

Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscada su ansiada autenticidad.

Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.

Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una rana autentica.

Un día observó que lo que más admiraban eran de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.

Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una rana autentica, se dejó arrancar las ancas, y los otros se las comieron, y ella todavía alcanzó a oír con amargura cuando dijeron que qué buena rana, que parecía pollo.


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