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La pluma del tecolote

  • Serio M. Tenorio Sil
  • 26 jun 2016
  • 1 Min. de lectura

Lenta y cuidadosamente escogió la pluma de su ala izquierda, arrancándola con una leve sensación de placer y dolor; una pluma bella y digna de la tarea por cumplir. Colocando la hoja de palma sobre la orilla del hueco del árbol donde vivía, el viejo tecolote se apresto a realizar su sueño, el cual lo pondría en la cima del prestigio. Toda su vida había esperado el momento en que se sintiera con el conocimiento y experiencia necesaria para comenzar a escribir su gran libro y no habría critico que lo pudiera acusar de inexperiencia o falta de cultura. Por primera vez, los habitantes del bosque dejarían de ser personajes de fabula como acostumbraron Esopo y La Fontaine, para convertirse en los autores, e iba a dar razón de la verdad existente en la imagen de su especie como símbolo de sabiduría y conocimiento.

Mientras afuera, en la oscuridad de la noche, la luna brillaba, la brisa soplaba llevando un suave perfume, y en la lejanía se escuchaba un canto de hombres, templando hasta la ultima pluma de su cuerpo, el tecolote mojó la que había elegido en la tinta y comenzó a escribir, sintiendo como la emoción hacia latir su corazón cada vez mas rápida y violentamente.

Al día siguiente, cuando doña Lechuza llego a hacer la limpieza encontró al viejo Tecolote muerto sobre una hoja en que aparecía escrito:

''Había una vez un hombre que...''.


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